QUÉ
BONITO ES UN ENTIERRO.
Se
diga lo que se diga, qué bonito es un entierro,
rezan unos versos atribuidos al parecer erróneamente a Antonio
Machado y que Jaime Campmany asigna al cachondo de Mariano Povedano.
Y si es de una Grande de España, mucho más. La costumbre asumida en
los medios de comunicación de dotar de sobrenombres a personajes
públicos junto la carrera por conseguir el titular más impactante
han derivado últimamente en algunos apelativos de más que dudoso
gusto. Como llamar a una aletrada Princesa del Pueblo y Duquesa
Rebelde a la mayor aristócrata del país.
Más
aún si dicha rebeldía consistió en vivir como le saliera de sus
reales, respaldada por un patrimonio y una cuenta corriente cercana a
los 3.000 millones de euros. ¿Se puede considerar rebelde a quien ha
vivido una vida de incontables y continuos privilegios? ¿En qué ha
consistido la supuesta rebeldía? Pues al parecer en gozar de una
libertad sexual algo escandalosa para la época. Ningún
hombre, de los que me han interesado, se me ha resistido. Palabras
de la propia aristócrata y que pueden ser dignas de admiración o de
reprobación según el cristal por el que nos interese asomarnos y
que vienen a confirmar que la señora era, lo que se dice
normalmente, un poco ligera de cascos. Hasta ahí todo su índice de
rebeldía.
Por
lo demás se trataba de una gran terrateniente, que sólo en
Andalucía poseía 43.000 hectáreas, beneficiada de infinitos
dispendios fiscales a la que un supuesto gobierno de izquierdas
nombró Hija Predilecta. Pero,
como puestos a adular no tenemos parangón, a un banquero-usurero se
le llegó a presentar como benefactor de la sociedad y un latifundio
puede ser un ejemplo de progreso y cohesión social.
Sólo
Sevilla se podía volcar de esa forma para rendir pleitesía y
vasallaje a quien ha representado como nadie el estereotipo del
señorito andaluz. Sólo el arzobispo de Sevilla podría definirla,
en el funeral, como noble en el
servicio de los necesitados.
Sólo en Sevilla podía ser el acalde el encargado de dar la noticia
del fallecimiento en lugar de la familia. Y sólo en Sevilla las
presentadoras de una televisión autonómica emitían los
informativos de riguroso negro.
Curiosamente
la fecha de la defunción coincide con la de otros óbitos ilustres,
pero también con la del nacimiento en 1934 de Paco Ibáñez, que ha
dedicado su trayectoria a musicalizar poemas como Galope
de, éste sí, un andaluz
ilustre, Rafael Alberti,
cuyo estribillo, en un país que en pleno siglo veintiuno mantiene
una estructura casi feudal, conviene recordar: ¡A
galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar!
Se
diga lo que se diga, qué bonito es un entierro, con sus aduladores
blancos y sus aduladores negros.
Antonio
Jesús García
Publicado
La Voz de Almería (27-11-14)