ESCANDALIZARSE ES DE PALETOS
En 1973 llegaba al cine Jesucristo
Superestar, con un desdivinizado personaje que no tiene nada que ver con
la visión cristiana occidental. Lo del Cristo hippie en una comuna se antoja
una chiquillada si lo comparamos con Tommy, lisérgica ópera rock donde El
Predicador Eric Clapton venera a Marilyn Monroe y al Jack Daniels.
Por mor de la Teología de la
Liberación, las iglesias empezaban a ser frecuentadas por jóvenes melenudos, y,
al margen de producir engendros de dudoso gusto como El Credo de Elsa
Baeza, a ninguna beata sexagenaria se le ocurrió ir a rezar el rosario a la
puerta de una sala; como si ocurrió años después con La Ultima tentación de
Cristo de Martin Scorserse.
Y no hablemos de la más que delirante Lisztomania.
Ringo Starr interpreta a un papa Pio IX, con botas camperas y espuelas debajo
de la sotana. Y emergiendo de una tumba decorada con una esvástica e
iconografía fascista, Wagner ejecuta a los transeúntes de un barrio judío
armado con una guitarra-metralleta. Más políticamente incorrecta, imposible.
En 1969 el grupo Peps & Blues
Quality publicaba el álbum Sweet Mary Jane. Como no podía ser de otra forma, la
cubierta representaba a los integrantes del grupo en una plantación de
marihuana. En la portada de Funky Honkey, Nasty Nigger del dúo Richard y
Willye, uno de los integrantes del mismo parece practicar una felación al otro
con dos títeres como testigos. Y la portada Let Them Eat Pussy de las Nashville
Pussy representa literalmente eso.
La moral es cambiante y en época de crisis
siempre se torna en retroceso. Lo que antes no suponía una ofensa sí lo es
ahora, y en la actualidad se antoja imposible que alguno de los ejemplos
mencionados pudiera haber visto la luz.
Que una propuesta artística se asuma
como un escándalo, dice muy poco a favor de nuestra inteligencia. La
creatividad y la imaginación deben de figurar en la base de intelectual de
cualquier individuo. Frente al escándalo, debe primar la estimulación e incluso
el desconcierto. Lo contario no solo implica desconocimiento, sino carencia del
deseo de conocer.
Esto no quiere decir que
generalmente no nos enfrentemos a propuestas de escaso calado artístico, que
aprovechan la intolerancia de la audiencia para llamar la atención con banales
ideas que de otra forma pasarían desapercibidas. Tal y como merecerían.
La provocación intelectual, esa idea
innovadora que pisa terrenos no explorados y que obliga a funcionar a nuestro
cerebro más allá de la zona de confort, es la que hay que abrazar con alegría.
Por el contrario, escandalizarse es de paletos.
Antonio Jesús García
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