¡PELIGRO! CULTURA
Se ha celebrado una nueva edición de la
intermitente Feria del Libro de Almería, este año hay, el próximo no se sabe. Y
cuando organizadores, libreros y visitantes aún no han terminado de descorchar
el cava para congratularse por el éxito, en parte gracias a su nueva ubicación
en la Plaza de la Catedral, oscuros nubarrones se divisan por el horizonte.
Vecinos y residentes del lugar,
alarmados, han emprendido una recogida de firmas temiendo una avalancha de
actos culturales en la zona. Sorprendentes son los términos utilizados en el
comunicado, pues la posibilidad de que se desarrollen más actos culturales en
la plaza les “provoca un estado de ansiedad y miedo”.
Entendible puede ser la inquietud ante
las molestias derivadas de la celebración de estos actos, pero expresar miedo y
ansiedad ante la cultura resulta del todo inconcebible.
“Cuando oigo hablar de cultura, echo
mano a la pistola”. El padre de la cita es un tal Hanns Johst, autor de una
obrita teatral escrita para celebrar el cumpleaños del Fürher, aunque por lo
general se le atribuye a tres personas distintas a cual peor: Goebbels,
ministro de Propaganda nazi; Göring, lugarteniente de Hitler; y el fundador de
la legión Millán Astray. Hay que reconocer que suena coherente y probable en
las tres ocasiones. La frase presume perfectamente el sentimiento de
determinados sectores hacia la cultura.
El binomio educación-cultura siempre se
ha considerado subversivo. El término cultura, en la cita, hace referencia a
las manifestaciones artísticas e intelectuales de izquierdas en el contexto
español y judío en el alemán.
Carlos Puebla, el cantautor de la
revolución, en su tema Al son de la alfabetización, se hacía eco de las
palabras del padre de la patria cubana José Martí: “Ser cultos para ser
libres”. Cita diametralmente opuesta a la expresada antes.
Paradójicamente estos vecinos no sufren
ni entran en pánico ante los ruidosos cohetes y salvas en honor a santos y
romerías varias, y mucho menos frente a las interminables procesiones de Semana
Santa que, con sus tambores y cornetas, colapsan e impiden la movilidad.
Tampoco parecen necesitar diazepam ante
las continuas molestias que les ocasionan las campanadas horarias de la
Catedral y llamadas al culto, que, aunque los domingos sean para descansar, te
despiertan. Medida absolutamente anacrónica que tenía su sentido cuando la
gente carecía de reloj.
¿Se imaginan qué pasaría si una persona
cogiese un megáfono y desde la azotea se dedicase a gritar la hora a voz en
grito: La una, que es la una…, y cuarto, son y cuarto…, la y media…?
Seguro que terminaba detenido por la policía. ¿Se atreven a comprobarlo?
Antonio Jesús García
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