LA GALA DE LOS GOYA
Tras congratularnos por los dos cabezones obtenidos por
la película El Autor del ejidense
Manuel Martín Cuenca, con las interpretaciones de Javier Gutiérrez y Adelfa
Calvo, se impone hablar de la Gala de Los Goya.
Igual que tras el Desfile de las Fuerzas Armadas tocaba
criticar a Zapatero, tras Los Goya, hay que hacerlo de la Gala.
Parecía de cajón que si en los Oscars de Hollywood se
había hecho una reivindicación feminista, pues nosotros también, y, aunque el
motivo de la misma pueda estar más que justificado, no deja de sonar a falta de
ideas; aunque no fuera ese el mayor problema de la gala.
Al margen de ser una gran directora, una incógnita que
nos dejó la velada fue dilucidar si Isabel Coixet es realmente así o se lo
hace. Aparte de sus conocidos tics, evidenció poca clase al resaltar que su
madre estaba mucho más delgada que la de otro. O puede que simplemente la
traicionaran los nervios.
Para colmo, un acto que pretendía ser un alegato en favor
de la mujer y en contra de la discriminación laboral y salarial que sufre en la
industria del cine, lo cerró Carlos Saura refiriéndose a Penélope Cruz como: Bueno, pues nada, estoy aquí muy
emocionado de estar con esta chica tan guapa. Figura internacional con
multitud de premios reducida a eso.
Además naufragaron estrepitosamente los maestros de
ceremonias Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes. A pesar que desde las navajas y el queso mecánico de Benito Floro, no había
surgido ningún producto tan representativo de Albacete como el humor chanante, parece no haber estado a la
altura.
En resumen, un aparente humor blandito sin ninguna
gracia, aunque albergo la sensación de que no pretendió tenerla en ningún
momento. Bajo esa óptica podríamos estar frente a la mejor Gala de todos los tiempos,
en vez de la peor como se la ha calificado. Si las galas ya de por sí siempre
terminan resultando absurdas y ridículas, pues la ideamos absurda y ridícula
directamente.
No nos engañemos, frente a los que reivindican que los
americanos utilizan a los mejores cómicos con resultados más sobresalientes,
admitamos que las galas, todas, ya sean los Oscars, los Goya, el Día de la
Provincia o el Certamen de Encaje de bolillo, son un aburrimiento. Una somera y
absoluta pesadez que no la levanta ni el gran Gregorio Esteban, que en gloria
esté.
Una alternativa al tedio sería obrar como en las
elecciones, un portavoz oficial de la Academia leyendo el resultado de las
votaciones. Posteriormente cada producción, desde su hotel, analizando unos
resultados ante los que todos se muestran satisfechos.
Antonio Jesús García
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