OYE NENA, YO SOY UN
ARTISTA.
Si bien es cierto que entre
las altas esferas el arte sigue siendo objeto de inversión y mercadeo para
nuevos ricos (Juan Antonio Roca, el cerebro de la corrupción urbanística en
Marbella, tenía un Miró en su cuarto de baño), el mercado del arte está en
crisis. Aunque, la verdad ¿cuándo no lo ha estado?
El artista ya no vende
como antes y recibe muchos menos encargos de trabajo aunque parezca extraño que
siga teniendo que comer, vestirse y esas cosas que se suelen hacer. El galerista,
tres cuartos de lo mismo, no vende ni una escoba. La situación es acuciante
para ambos y se impone reinventarse y buscar nuevas fórmulas para conseguir
ingresos. Uno de estos caminos alternativos y bastante de moda últimamente son
los workshops o talleres formativos
impartidos generalmente en las propias galerías por los creadores en un intento
de rentabilizar el espacio.
La idea no es novedosa, en
el Renacimiento ya existían los talleres de artistas, aunque con algunas
diferencias sobre los actuales. El taller era el ámbito físico donde se
realizaba el trabajo, con una jerarquía establecida relacionada con la
competencia y especialización de un grupo de trabajadores-discípulos
coordinados por el artista principal durante la producción de la obra. Rafael
no sólo nombró herederos de su taller a Giuliano Romano y Gianfrancesco Penni,
que habían llevado a cabo muchos de los cartones preparatorios de sus pinturas,
sino que éstos prolongaron la actividad de la firma “Rafael” hasta más allá de
la muerte de Sanzio.
Por desgracia la moda, o
la necesidad, ha propiciado que muchos artistas se aúpen al carro de impartir
cursos y clases magistrales; dándose la circunstancia además de que algunos de
estos nuevos docentes, en la época de las vacas gordas, despreciaban y
denostaban a los que, tras superar la formación y pruebas adecuadas, se
dedicaban a la enseñanza reglada.
Galerías, escuelas
municipales, asociaciones, etc., convertidas en centros de enseñanza alternativos.
Paradójicamente, al contar con otras fuentes de financiación, estos centros suelen
estar dotados con más medios que la enseñanza oficial, creándose un triste agravio
comparativo.
Dando por sentada la
importancia de formarse continuamente y lo provechosos que muchos de estos
cursillos pueden resultar, no falta quien lo que pretende es no pasarse mucho
tiempo en clase, sino aprender truquillos y después poder presumir de discípulo
del artista conocido de turno. Un fast food de la información.
Antonio Jesús García
Publicado La Voz de Almería
(1-2-18)
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