KABENZOTZ
Tema recurrente tanto en el cine como en la
literatura de ficción es el de los viajes a través del tiempo, ya saben, ese
concepto que, amparado en la teoría de la relatividad, posibilita el
desplazamiento hacia delante y hacia atrás en el espacio. La TARDIS de Doctor Who, el Delorean de Regreso al Futuro o La Máquina del cambiazo del profesor
Bacterio en Mortadelo y Filemón, son quizás los más famosos artilugios para
realizar la travesía.
No soy una persona habitualmente
imbuida de un sentimiento patriótico colindante con el chauvinismo, esa exaltación exagerada o
desmesurada de lo nacional frente a lo extranjero, pero he de
reconocer que, en algunas ocasiones, cuando nos proponemos algo no hay país ni
estado que ose hacernos sombra.
Mientras el Fausto
de Goethe, la Peggy Sue de Coppola o
el yankee en la corte del Rey Arturo de Mark Twain realizan su viaje por el
tiempo y el espacio ellos solitos, o, como mucho, de dos en dos, como Doc y Macfly
o Los Visitantes, de Poiré, en España
hemos conseguido hacer viajar en el tiempo a cuarenta y seis millones de personas,
es decir, a todos los habitantes del país.
Si
no, cómo se puede explicar que, en la actualidad, haya quien cumpla condena por
meterse con la Corona en una canción, o que las banderas de los cuarteles ondeen
a media asta por luto oficial durante la Semana Santa. Estos hechos suponen un
retroceso de cincuenta o sesenta años y remiten a los pretéritos tiempos del
régimen anterior. Que en 2018 una persona sea citada a declarar en un juzgado
por insultar a Dios y a la Virgen María nos sitúa directamente en la Edad
Media. Parece que lo llaman “delito contra los sentimientos religiosos” porque “herejía” suena demasiado fuerte.
Partiendo de la base de que la
Constitución, la norma suprema del
ordenamiento jurídico español, en su
artículo número
20, considera la libertad de expresión un derecho
fundamental,
nos encontramos, como mínimo, ante una absoluta incoherencia. Que la
utilización de una expresión que siempre se ha usado coloquialmente para
expresar un estado de ánimo o disconformidad con algo se lleve a juicio es un
acto retrógrado a todas luces, al margen de lo ridículo que puede ser ir ante
un juez por insultar a algo de lo que no hay pruebas de que exista.
Gracias a las series y películas que
hablan de los tópicos vascos en clave de humor, Kabenzotz, que se utiliza para
reemplazar en ocasiones al mal sonante “Me cago en dios” se
ha convertido en la palabra vasca de moda sin
que gracias a dios nadie haya puesto el grito en el cielo (nunca mejor
dicho).
Antonio Jesús García