El CINE NOS ENGAÑA
A menudo albergamos la sensación de que el cine nos instruye, de que
aprendimos a besar o a amar en la gran pantalla mimetizando sensaciones y
emociones aún no experimentadas. Pero el cine, la literatura o el arte no representan
la realidad, no dejan de ser abstracciones de la misma realizadas por creadores
que acentúan los aspectos más convenientes para su fin. A veces esto parece no
quedar claro y Roberto Saviano, en su obra Gomorra, nos ilustra cómo al empuñar las armas
de lado, a la manera de las películas de Tarantino, los sicarios actuales han
perdido efectividad a la hora de cometer sus fechorías. Basta comparar la impresionante planta de Kris
Kristofferson en Pat Garret and Billy The
Kid, dirigida en 1973 por Sam Pekinpah, con el
andrajoso aspecto de William Henry
McCarthy, el auténtico Billy el Niño, para comprender que el cine nos engaña
y, aunque siempre habrá alguien que presuma de lo contrario, el sexo no se parece
en nada a las andanzas de Rocco Siffreddy.
Si existe un género que haya aportado uno de los
iconos más reconocibles del siglo pasado, con su época de esplendor durante la
Guerra Fría, es el de espías: gabardina, sombrero, gafas oscuras, etc. Traiciones,
decepciones y dualidades componen por definición los fundamentos del género. El
imaginario popular nos transporta a la Stasi (RDA), el órgano de inteligencia
de la República Democrática Alemana, y a obras como El espía que surgió del
frío de John Le Carré, y su adaptación cinematográfica, con un apuesto
Richard Burton en el papel de Alec Leamas. El espía se presenta, por
antonomasia, como un ser elegante, inteligente y seductor. Por eso, acostumbrados a Matt Damon, Sean Connery o
Tom Cruise, uno solo puede sufrir una
inmensa decepción al ver la estampa cutre salchichera del comisario Villarejo
en los medios de comunicación.
Fue el hoy expresidente del gobierno socialista
Felipe González quien afirmó: el
Estado de derecho se defiende en las tribunas, en los salones y, también, en
los desagües. Las
cloacas del estado parecen haber alcanzado tal nivel de podredumbre que la
inmundicia rezuma por las alcantarillas. Aparte de no entender cómo esta persona ha conseguido
inundar de alpechín todos los estamentos de la sociedad, cabe preguntarse cómo es
posible que tras años dedicándose a trapichear y chantajear a políticos,
jueces, fiscales, y personajes de toda índole, nadie se atreviera a denunciar a
un tipejo que ni de malo habría tenido cabida en una peli de James Bond.
Antonio Jesús García
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