DICTADURAS, PELOTAS Y ROCK AND ROLL
Suele ser habitual cierta connivencia entre regímenes
dictatoriales y emblemáticos nombres de la cultura y el deporte. El sistema
político no deja pasar la ocasión para transmitir una imagen de modernidad y cotidianidad
tanto al mundo exterior como a sus propios conciudadanos mientras la estrella
aprovecha para hacer caja.
Algo diferente fue la actuación en verano de 1965 de los
Beatles en Madrid y Barcelona. Fruto de la mente del visionario empresario
Francisco Bermúdez y de Brian Epstein, manager los chicos, enamorado del
Cordobés y del aire exótico de una España más negra que gris; cuyo régimen en
su infinita torpeza ni siquiera supo ver la posibilidad de aprovechar
propagandisticamente el evento. Los cuatro de Liverpool ajenos a esas milongas
y dedicados, como siempre tras una actuación, a la ardua y dura tarea de fornicar
con sus fans, sufrieron un año más tarde las iras del régimen filipino
de Marcos al no acceder a los actos propagandísticos programados por el
dictador y su esposa.
Por ello resulta cuanto menos inquietante que una selección
como la española, campeona de Europa y del Mundo, que despierta admiración
tanto por su juego como por sus valores reconocidos con el Premio Príncipe de
Asturias, haya accedido a jugar un partido amistoso en Guinea Ecuatorial, uno
de los regímenes más crueles y sangrientos de la actualidad.
No es la primera vez que el fútbol mira hacia otro lado en
situaciones similares. En 1966, la
FIFA decidió otorgar la organización del mundial de 1978 a una Argentina
sometida su enésima dictadura militar; y a España la organización del mundial
de 1982, celebrado ya en democracia, cuyo colofón y puesta de largo de la
modernidad patria fue la actuación en el Vicente Calderón de los Rolling
Stones, grupo que se vanagloria de no actuar para dictaduras pero que accede a
autocensurarse en una final de la Super Bowl.
Reseñar que sólo un jugador de la elite futbolística se
negó, como protesta, a participar en la cita argentina, el holandés Johan
Cruyff. Otro ejemplo en esa línea lo encontramos en Sudáfrica y la organización
del mundial de rugby de 1995, cuando los springboks, la selección
anfitriona, no encontraba rivales con los que realizar partidos de preparación
ante la negativa del resto de combinados nacionales de jugar contra los
representantes del apartheid. Capítulo aparte merece como ver como
Mandela convirtió la ocasión en nexo de unión entre la población blanca y
negra, narrado en la película Invictus.
Por ello no entiendo la necesidad ver al marqués de
Del Bosque paseando su colesterol por el césped ecuatoriano.
Antonio Jesús García
Publicado La Voz de Almería 21-11-13
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