AHÍ VA LA HOSTIA, PUES
Tras el incuestionable éxito en la gran pantalla de
Ocho apellidos vascos encontramos
chicarrones del norte hasta en la sopa. Digno de estudio para los sociólogos es
la mutación en el imaginario popular del vasco serio y mal encarado, más aun si
el lote venía acompañado de capucha y pistola, en ser ahora la salsa de toda
comedia que se cocine en el ámbito de lo audiovisual, ya sea en obras de
teatro, spot publicitarios, galas de premios o series de televisión como Allí abajo, estrenada con gran audiencia
por Antena 3.
La primeras piedras las
pusieron los guionistas Diego San José y Borja Cobeaga, años antes de hacerse
cargo del film de Martínez Lázaro, cuando en 2003 cogieron las riendas del
programa de la televisión vasca Vaya
semanita. Frente al supuesto poco sentido del humor que poseían los vascos
en relación a ciertas cuestiones consideradas tabús, ellos se atrevieron a
burlarse de ETA y a tratar con desvergüenza y descaro cuestiones como el sexo,
la corrupción o la idiosincrasia propia. Su imparcialidad en el tema político
fue tal que los de un bando consideraban el programa afín al otro lado y
viceversa.
Ya en 1988 Los Guiñoles de
Canal Plus, inspirados en Les Guignols de I´lnfoa franceses, a su vez inspirados en el Spitting Image británico,
habían osado abordar con humor la actualidad política, aunque de una forma
mucho más blanda y suave que en el programa vasco.
Lejos del estereotipo de antebrazos y cuello enormes y mentón prominente
de Josechu el vasco (sin tx), el personaje creado por Muntañola para TBO, el
mayor logro de San José y Cobeaga es haber logrado que los vascos se rían de
ellos mismos, incluso con un tema tan delicado como el terrorismo. Cabe recordar
que el espacio se mantuvo nueve temporadas en pantalla a pesar de las duras
críticas vertidas contra ETA, coincidiendo además con el periodo de actividad
de la banda.
Un humor exportable además, comprensible para el resto del país, no
como, en el mejor de los casos, el decimonónico humor andaluz de los hermanos
Álvarez Quintero, que sólo es comprensible para uno cuantos sevillanos y poco
más. Y digo en el mejor de los casos, porque la mayoría de las veces basan su
maldita gracia en el supuesto acento andaluz genérico, en limitarse a decir quillo, mi arma, y esas cosas. Como si
se hubiese doblado el mapa por la mitad propiciando el reencuentro de las dos
orillas, la norte y la sur.
Ante la sobreexposición a aitás,
amás, patxis, y marmitakos a los
que estamos sometidos, cabe preguntarse ¿cuánto tardará el humor catalán en
hacer algo similar? O el gallego. ¿Rajoy dando una rueda de prensa por un
plasma, valdría? Ahí va la hostia, pues.
Antonio Jesús García
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