ESTÁ EN EL AIRE
Curioso el debate suscitado
en relación a la concesión del Premio Nobel de Literatura 2016 a Bob Dylan por
su condición de cantante en vez de escritor. Como si las canciones no hubiese
que escribirlas antes que cantarlas.
Un país que no lee,
indignado por un premio de literatura. Chocante la ignorancia que supone el
seguir albergando un concepto decimonónico sobre ésta. Postulado a recibir el
galardón desde hace algún tiempo, el huraño bardo de Minessota no figuraba en
la quinielas de este año.
Quien sí que lo hacía era
el japonés Haruki Murakami. A la cantidad de detractores del nipón embocados
para cargar contra la Academia, la decisión de otorgárselo al cantante les ha
pillado con el paso cambiado. Murakami es un fantástico novelista cuya
singularidad radica en la sencillez de su discurso que de ninguna manera merece
estas campañas.
Cuando el ganador es un
escritor prácticamente desconocido o que ni siquiera cuenta con obra editada en
nuestra lengua no surge ninguna objeción, mientras que ser un superventas
parece jugar en contra del autor de Tokyo Blues.
Lo realmente importante en
el caso del compositor de Blowin’ in the Wind es la contemporaneidad; sus
letras/canciones han influido más en su generación que las de cualquier escritor
coetáneo.
Por suerte o por desgracia
en el terreno de las humanidades todo el mundo se cree con derecho a opinar. No
ocurre igual en el de las ciencias, donde nadie cuestiona jamás los Nobel de
Física, Química o Medicina; la Academia Sueca podría llevar años tomándonos el
pelo concediendo premios inmerecidos sin que nadie se hubiera dado cuenta.
Tampoco procede
escandalizarse en exceso, pues no es la primera vez que estos señores buscan
ampliar fronteras en las categorías de los galardones. Lo hicieron en 1953 al
conceder el Nobel de Literatura al primer ministro británico Winston Churchill
gracias a sus magistrales discursos, aunque el extravagante de verdad fue el
Nobel de la Paz a Henry Kissinger en el mismo año en que andaba maquinando el
golpe de estado de Augusto Pinochet en Chile.
Aunque todo parece indicar
que Dylan ha decidido hacerse el sueco con la Academia, la idoneidad de premiar
al cantautor estadounidense, al igual que las listas paritarias, es por dar
visibilidad, en este caso, a un género, al rock y a la cultura popular.
Puestos a derribar
muros, para el próximo año propondría a Murakami, no para literatura, sino para
premio ‘As’ del deporte por su afición a correr, y el Nobel de Química a Keith
Richards: seguro que experiencia en manipulación de sustancias no le falta al
genial guitarrista de los Rolling.
Antonio
Jesús García
Publicado La Voz de Almería (20-10-16)
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