ESTRATIFICACIÓN
DE LA PICARESCA
En El Lazarillo
de Tormes se cuenta cómo, para poder subsistir un niño, debe aprender a engañar
a los demás. A menudo se usa este
clásico de la literatura como ejemplo de la idiosincrasia que, al parecer,
caracteriza a los españoles: la envidia y la picaresca como un carácter forzado
a lo largo de la historia. Siendo quizás la escena que mejor defina esta situación la del lazarillo y el
viejo ciego compartiendo un racimo de uvas. —¿Sabes en
qué veo que las comiste de tres a tres?. —En que comía yo dos a dos y callabas.
Este peculiar comportamiento podría tener un
origen religioso que nos diferenciaría del resto de Europa, nuestra cultura
católica frente a los calvinistas o protestantes. Para nosotros mentir es de
listos. Haces algo, mientes, te arrepientes y Dios te perdona. En el resto de
países los ciudadanos son más responsables de unos actos por los que
tienen que responder ante la sociedad.
Mientras que el timo de la estampita, el
tocomocho, etc. constituían una estampa habitual del imaginario colectivo de
hace unas décadas, hoy en día prácticamente han desaparecido de las calles. Actualmente
la picaresca callejera es más simple, uno puede estar tomando un café en una
terraza e, inevitablemente, se le acercará primero el de acordeón, después, la
chica con dos niños llenos de mocos y, después, el del carrito, todos por un
turno claramente establecido. Al igual que sectores como la construcción, la
agricultura intensiva y las tareas domésticas o servicios se nutren casi
exclusivamente de mano de obra inmigrante, ante el rechazo de esos trabajos por
parte de los españoles, la picaresca callejera ha pasado a estar también en
mano de clanes o mafias extrajeras.
Habiendo subido de nivel, los españoles ya no
vemos suficiente rentabilidad en esos menesteres. Si a los pobres mendigos de etnia
gitana explotados por las mafias del este no les es necesario acreditar ningún
tipo de cualificación, ni siquiera demostrar que saben tocar el acordeón para
aporrear uno, a los nuevos pícaros nacionales se les exige buena presencia y
haber cursado estudios superiores, aunque sea en la Juan Carlos I. Gürtel, Lezo
o Eres o Nóos son sólo algunos ejemplos que ilustran esta estratificación de la
picaresca.
Nos encontramos ante un problema de difícil
solución, si las instituciones son fruto de los ciudadanos que conforman esa
sociedad, cabe preguntarse: ¿funcionarían aquí los admirados modelos de otros
países, como Finlandia, al no ser iguales nosotros que los finlandeses?
Antonio Jesús García
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