LA HOGUERA DE LAS VANIDADES
Tom Wolfe, conocido como uno de los padres del
nuevo periodismo, alumbraba en 1987 La Hoguera de las vanidades, una sátira
sobre la alta sociedad neoyorquina de los años 80. Fallecido hace apenas un
mes, el escritor estadounidense no ha podido disfrutar de un espectáculo cuyos
adinerados y caprichosos intérpretes encontrarían fácil parangón con los
ejecutivos protagonistas de su novela: la Copa Mundial de Fútbol.
Esta competición que cuenta con unos índices de audiencia
escalofriantes, se antoja el escaparate ideal para esos jugadores que parecen
estar más pendientes del peluquero que del
preparador físico.
La vanidad se define como la creencia excesiva en
las habilidades propias o en la atracción causada en los demás. Aunque
múltiples podrían ser los ejemplos que se ajusten a esta definición, nos
centraremos en unos especialmente ilustrativos.
Tras alcanzar su club la estratosférica cifra de 13
Copas de Europa, Cristiano Ronaldo, incapaz de digerir no haber sido el
protagonista absoluto de la final de Kiev, con sus declaraciones al término del
encuentro, hizo pasar a la expedición blanca del momento más feliz de la
temporada a la desazón.
Otro
ejemplo lo tendríamos en Florentino Pérez, dirigente madridista, que a escasos
días del comienzo del mundial no duda en dinamitar los cimientos de la
selección española, con la seguridad de quien está convencido de poder hacer lo
que quiera y cuando quiera.
O José María Aznar, asiduo al palco
del Bernabéu, que vuelve de la tumba con su talante mesiánico, ofreciéndose
para la reconstrucción del centro derecha, en plan primo de Zumosol, convencido de ser la única persona que defiende
determinados valores y principios.
El
exfutbolista Jorge Valdano, hace algún tiempo, para explicar las veleidades de
Maradona dijo que mientras los emperadores romanos llevaban tras de sí a un
esclavo recordándole que no era Dios, a
Maradona le acompañaba un séquito recordándole constantemente que él era Dios.
En la actualidad parece ser que cada una de estas personas le dice al resto del
mundo: recordad que Dios soy yo.
Wolfe, para titular su novela se
inspiró en Falò delle vanità, hecho
ocurrido en Florencia, en 1497, y promovido por el monje Girolamo Savonarola, en
el que se quemaron en público miles de objetos. Curiosamente algunos años
después el cuerpo del religioso fue pasto de las llamas en la Piazza della
Signoria al ser acusado de hereje. El tiempo dictaminará si estos modernos personajes
sufren, metafóricamente, igual suerte que el dominico.
Antonio Jesús García
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