FAST THINKING
De siempre han existido los listados, de todo tipo,
generalmente en publicaciones didácticas más o menos accesibles para el gran público,
del tipo Las mejores películas de la
historia, los mejores discos de rock o 1000
sitios que ver antes de morir. Con mayor o menor rigor se han elaborado
listas con supuestos fines educativos y culturales, mejores obras de la
literatura universal, los mejores hoteles con vistas o dónde hincarle el diente
al mejor lechazo, ocultando un fin meramente comercial en la mayoría de las
ocasiones.
El alto e inmediato grado de difusión de internet
posibilita que de un tiempo a esta parte proliferen estos listados, siendo
algunos de lo más peregrinos. Por ejemplo: Las
20 palabras más bonitas del idioma español. Etéreo, melifluo, inefable e
iridiscencia figuran en el mismo.
¿Quién ha realizado ese listado? ¿Quién decide qué
palabra es más bonita que otra? ¿En base a qué criterios se hace? Poca
trascendencia parece tener el resultado al
margen del alucina pepinillos de los
seguidores de Mujeres y hombres y
viceversa, o cualquiera que maneje menos de quinientas palabras de vocabulario
al enfrentarse a palabras de cuatro o cinco sílabas. Incluso al día siguiente
nos podemos topar con las 20 más feas, y que un tercio se repita.
Empresas, partidos políticos e instituciones
invierten energía, dinero e ideas en intentar conseguir ser trending topic, tema de tendencia. La
esclavitud del hashtag, esa etiqueta con pocos caracteres en la que se
engloban los enunciados en twitter, y que en función de la misma te
leerá más o menos gente. Efímero éxito este, pues al instante se superado por
la siguiente tendencia, y cuya utilidad es más que discutible.
Las redes sociales aceleran el consumo de ideas y
esas ideas deben ser a su vez superficiales para que se puedan consumir y
asimilar pronto. O ni siquiera asimilar, solo consumir. Lo lees, lo consumes,
al rato lees otra cosa y ya has olvidado lo anterior.
La avidez de este tipo de consumo propicia que sea
habitual encontrarse con los más variados listados, desde las canciones más
tristes de la historia, los trabajos más extraños del mundo, o las posturas
sexuales favoritas del ornitorrinco.
Cabría preguntarse si la gente se aferra a las
redes sociales para impostar un criterio u opinión; o si es el sistema el que intenta
evitar a toda costa que se reflexione por uno mismo.
Una suerte de pensamiento basura, de fast
thinking, cuya irreflexividad nos puede llevar a postear me gusta a una frase o pensamiento del
oscuro Heráclito y media hora más tarde, sin ningún tipo de rubor, hacer lo
propio con otra de su antagónico
Parménides. Dale a me gusta.
Antonio Jesús García
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