EMBARQUES NAVEROS
La
Junta de Andalucía ha reconocido a Miguel Naveros por haber contribuido con su
trayectoria literaria y periodística al enriquecimiento cultural almeriense.
Conocer la noticia me lleva a rememorar una anécdota que da buena cuenta de la
personalidad de Miguel, y que tanto le ha valido para su faceta de periodista
así como para la de escritor: su capacidad para involucrarte en sus pesquisas.
Embarques Naveros, le llamo a esas
aventuras. Siempre me meto en fregados, generalmente no sé decir “no” cuando me
buscan para hacer tal o cual cosa, y menos a alguien que admiro.
Pongámonos
en situación. Una desapacible noche de invierno, intentando localizar a una
persona, adentrándonos en barrios periféricos mucho más de lo que aconseja la
prudencia. La misión: encontrar a un tipo del que lo único que sabíamos era que
había sido cartero y que repartía mailing por cuenta propia y que, creía
Miguel, podía vivir por esa zona.
Creía,
intuía, sospechaba, etc., pero ninguna certeza. Ese detalle junto a otro tan insignificante
como no conocer su nombre, ni tan siquiera el de pila, no fue obstáculo alguno
que nos disuadiera de nuestra misión urdida frente a unas Carlsberg.
La
escena la podría haber filmado Scorsese en Malas calles: el asfalto de las
calles empieza a escasear, la gente se calienta con fogatas en bidones. Imagen
que estás acostumbrado a ver en la gran pantalla o en el telediario pero nunca
tan de cerca. De día imagino que habría el típico movimiento de la peña que va
a pillar algo, pero a las doce de la noche era otra historia. Imaginen la
puesta en escena: dos tipos bajándose de un destartalado Alfa Romeo; uno, el
más maduro de complexión delgada, gabán, chaqueta, corbata y de educados
ademanes llevando la voz cantante; el otro, más joven, corpulento, patillacas,
botas de punta y chupa de cuero. Mientras Miguel hacía sus averiguaciones, yo
esperaba en un segundo plano, apoyado en el coche. Al principio no entendí muy
bien el porqué, pero la tensión se podía cortar. De pronto, fui consciente del
motivo, dábamos la imagen de poli bueno y poli malo, de Starsky y Hutch, Felipe
y Guerra, Mourinho y Valdano o Ramón y Cajal.
Intuyo
que si salimos ilesos de la situación fue porque, ante la incertidumbre de si
esos dos maderos eran unos gilipollas o tenían los cojones muy grandes,
prefirieron no arriesgar. Si llegan a adivinar que, en vez de ante dos
valientes agentes de la ley, estaban ante un fotógrafo y un escritor medio
chiflados…
Mi enhorabuena a un amigo
al que me unen muchas más cosas de lo que aparentemente pudiera parecer por la
diferencia de nuestra vestimenta.
Antonio Jesús García
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