EL
PRESO NÚMERO NUEVE
Valorar
la labor de personajes históricos bajo unos parámetros
contemporáneos nos podría llevar calificar de negreros a personajes
como Franklin,
Jefferson, Washington que, aunque fueron propietarios de esclavos,
abogaron abiertamente por la abolición; o reducir a genios como
Gaudí o Zurbarán a la categoría de simples beatos.
Es
habitual calificar de machistas a infinidad de artistas del rock,
como Lennon, Hendrix o Loquillo, cuyas composiciones y trabajos no
pasarían el filtro de la actualidad.
Dejando
a un lado las lecturas acusatorias, o redentoras, se impone
reflexionar para corregir y educar.
Uno
de los exponentes del patriarcado reinante lo encontramos en las
aparentemente
inofensivas canciones
infantiles tarareadas por generaciones de críos. Al
pasar la barca, me dijo el barquero las niñas bonitas no pagan
dinero… yo no soy bonita ni lo quiero ser, las niñas bonitas se
echan a perder… Asumirse
fea, con el implícito menoscabo de autoestima, era la única forma
de salvarse. “El
cocherito leré, me dijo anoche leré, que si quería leré, montar
en coche leré.
Entre el barquero y el cocherito, vaya colección de pederastas
campando a sus anchas sin denuncia alguna.
Clara
definición de roles por parte de la bruja Avería, con las voces de
Alaska o Santiago Auserón, en el más que moderno programa, en su
momento, La Bola de Cristal: Si
se ríe usted, señora, romperá la lavadora. Si se ríe usted,
señor, romperá el televisor.
Llama
la atención que ese revisionismo sea tan laxo con otros géneros y
se cargue la culpa casi exclusivamente en el rock and roll.
El
Preso
número nueve,
tema
de Roberto Cantoral y popularizado por artistas nada sospechosos de
ser tildados de retrógrados como Joan Báez, era alegremente cantado
por el progerío
del momento sin apreciar escandalo alguno.
El
preso número nueve relata la historia de un condenado a muerte por
haber matado a su mujer y a un amigo desleal. Le dice al confesor:
Padre
no me arrepiento ni me da miedo la eternidad. Yo sé que allá
en el cielo el ser supremo me ha de juzgar. Voy a seguir sus
pasos voy a buscarlos al más allá. No
sólo no se arrepiente sino que, emulando al Gran Maestre del Temple
Jacques de Molay al ser quemado vivo frente a Notre Dame, apela a un
juicio justo con Dios que lo absuelva de su crimen.
Ahora
nos asustamos, pero los españoles de más de 50 años hemos sido
educados en una cultura que admitía el crimen cuando el hombre era
traicionado por su mujer. Para colmo, el tema nos aclara que el preso
numero nueve era un hombre muy cabal.
Antonio
Jesús García
Publicado
La Voz de Almería (4-5-17)
Claro exponente de una sociedad hecha por y para los hombres, dueños y señores de toda creación visible e invisible.
ResponderEliminar