jueves, 27 de noviembre de 2014

Que Bonito es un Entierro



QUÉ BONITO ES UN ENTIERRO.

Se diga lo que se diga, qué bonito es un entierro, rezan unos versos atribuidos al parecer erróneamente a Antonio Machado y que Jaime Campmany asigna al cachondo de Mariano Povedano. Y si es de una Grande de España, mucho más. La costumbre asumida en los medios de comunicación de dotar de sobrenombres a personajes públicos junto la carrera por conseguir el titular más impactante han derivado últimamente en algunos apelativos de más que dudoso gusto. Como llamar a una aletrada Princesa del Pueblo y Duquesa Rebelde a la mayor aristócrata del país.

Más aún si dicha rebeldía consistió en vivir como le saliera de sus reales, respaldada por un patrimonio y una cuenta corriente cercana a los 3.000 millones de euros. ¿Se puede considerar rebelde a quien ha vivido una vida de incontables y continuos privilegios? ¿En qué ha consistido la supuesta rebeldía? Pues al parecer en gozar de una libertad sexual algo escandalosa para la época. Ningún hombre, de los que me han interesado, se me ha resistido. Palabras de la propia aristócrata y que pueden ser dignas de admiración o de reprobación según el cristal por el que nos interese asomarnos y que vienen a confirmar que la señora era, lo que se dice normalmente, un poco ligera de cascos. Hasta ahí todo su índice de rebeldía.

Por lo demás se trataba de una gran terrateniente, que sólo en Andalucía poseía 43.000 hectáreas, beneficiada de infinitos dispendios fiscales a la que un supuesto gobierno de izquierdas nombró Hija Predilecta. Pero, como puestos a adular no tenemos parangón, a un banquero-usurero se le llegó a presentar como benefactor de la sociedad y un latifundio puede ser un ejemplo de progreso y cohesión social.

Sólo Sevilla se podía volcar de esa forma para rendir pleitesía y vasallaje a quien ha representado como nadie el estereotipo del señorito andaluz. Sólo el arzobispo de Sevilla podría definirla, en el funeral, como noble en el servicio de los necesitados. Sólo en Sevilla podía ser el acalde el encargado de dar la noticia del fallecimiento en lugar de la familia. Y sólo en Sevilla las presentadoras de una televisión autonómica emitían los informativos de riguroso negro.

Curiosamente la fecha de la defunción coincide con la de otros óbitos ilustres, pero también con la del nacimiento en 1934 de Paco Ibáñez, que ha dedicado su trayectoria a musicalizar poemas como Galope de, éste sí, un andaluz ilustre, Rafael Alberti, cuyo estribillo, en un país que en pleno siglo veintiuno mantiene una estructura casi feudal, conviene recordar: ¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar!

Se diga lo que se diga, qué bonito es un entierro, con sus aduladores blancos y sus aduladores negros.

Antonio Jesús García

Publicado La Voz de Almería (27-11-14)


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