En los actos públicos los
símbolos exhibidos acarrean un claro mensaje visual paralelo al discurso oral,
la ceremonia de coronación de Felipe VI no fue una excepción. Ilustrativa
resultó su insistencia en una indumentaria militar en una ocasión tan especial.
No sabemos si el gesto obedece a una voluntad de dejar clara su condición
castrense o a la de contentar expresamente a un sector de la población cuya
principal característica consiste en la posesión de armamento. No convence
ninguna razón, una por excluyente del resto de los ciudadanos, y la otra por no
parecer muy estimulante albergar esos temores. Habría sido un bonito gesto
recibir el simbólico fajín de manos de su padre, cambiarse de ropa e ir a
congreso de paisano.
Por cierto, circulan por ahí unos
ilustrativos apodos para padre e hijo. El Preparado es el sobrenombre del nuevo
rey aunque no se sepa muy bien en qué consiste esa preparación. La
primogenitura es la única preparación exigible de momento, y una licenciatura
en derecho, junto con saber idiomas y algunos masters no suelen ser impedimento
suficiente para engrosar la cola del paro. En cuanto al saliente, inicialmente
conocido como El Campechano, y ahora como El Aforado, si tan intachable y
correcto ha sido su reinado, ¿por qué tanta prisa en el blindaje? La monarquía,
al igual que la clase política, sufre un paulativo descrédito que estos gestos
no ayudan a limpiar precisamente.
Tampoco ayuda a lavar esa imagen
de las instituciones el que la policía entre en un domicilio sin orden judicial
para retirar una bandera tricolor o que cinco policías prohíban el paso una
joven por engalanar su solapa con un pin republicano.
Sintomático resultó también que,
durante el larguísimo besamanos con el que los reyes saludaron a sus invitados,
que correspondían con la inclinación de cabeza protocolaria, al tocar el turno
de saludo a la autoridad eclesiástica fuesen los monarcas los que realizasen la
genuflexión.
Si unimos este gesto al hecho de
que su primer viaje oficial a un país extranjero sea al Vaticano,
retrotrayéndonos directamente a Carlo Magno o a la tradición de los reyes franceses
de ser coronados por la gracia de Dios. Aunque Felipe VI haya jurado por la
Constitución viaja a obtener la bendición papal. En un país supuestamente laico
estos gestos no dejan de ser inquietantes.
Y frente a los que se
escandalizan ante el surgimiento de una posible contienda monarquía vs
república, tachándolo de inconstitucional y antidemocrático, señalar lo
ridículo que resulta el negar un debate en pro de la democracia; como ponía por
algún sitio, si Estados Unidos no hubiese cambiado su constitución, Obama
estaría recogiendo algodón.
Antonio Jesús García
Publicado La Voz de Almería
(3-7-14)
No hay comentarios:
Publicar un comentario